La vida es sueño


Era una calurosa y nublada tarde de julio en las calles de un pequeño pueblo de Alicante.

Paseaba con unas amigas después de una actuación del grupo de bailes con el que íbamos. Yo apenas era una niña de 12 ó 13 años, pero recuerdo aquella tarde con todo tipo de detalles.

Nos sentamos a hablar en unas escaleras de piedra que encontramos entre dos casas grandes típicas de pueblo mediterráneo, con sus plantas y su luz tenue.

 Nos reíamos como siempre de cualquier tontería que se nos ocurría. Y entre esas risas y conversaciones triviales vimos aparecer por la calle de arriba a un grupo de chicos que tendrían más o menos nuestra edad.

La timidez nunca ha sido una de nuestras características más destacadas, así que después de un picaronzuelo saludo por parte de uno de ellos y de una respuesta no mucho más recatada por nuestra parte, los chicos se acercaron a hablar con nosotras. Eran tres.

Uno de ellos, el más alto, comenzó a hablar conmigo. Hablamos de muchísimas cosas interesantes y nos reímos. Nos reímos mucho.

Pasado un rato, mis amigas decidieron irse con el resto de los chicos a otro sitio a tomar algo fresco, pero a mí no me importaba el calor ni la sed. Ya no. Así que me quedé a solas con él.

Pasaban las horas como si fuesen minutos. Y nos reíamos. De repente, en un momento determinado de la noche, por su forma de mirarme, me di cuenta de que era el hombre más atractivo del mundo. Lo acababa de conocer pero era como si hubiera estado toda su vida a mi lado. Me sentía libre y feliz. Inmensamente feliz. Y ferozmente atraída por él.

Tenía los labios carnosos, unos profundos ojos marrones tras una mirada de esas que pasan sin llamar, el pelo rebelde y ondulado y unas manos enormes. Era dulce, sensible y tremendamente viril a partes iguales. No podía dejar de mirarlo.

Me habría quedado a vivir en aquella noche con él para toda la vida. No podía perderlo. Pero yo era una niña y ya casi eran las doce. Además estaba empezando a llover.

Apesadumbrada le dije que tenía que despedirme, me tenía que ir y al día siguiente volvíamos temprano a casa, así que no volvería a verlo. No me lo podía creer. Me sentía como el personaje principal de una obra de Shakespeare.

Cuando nos levantamos me tapó con su chaqueta para que no me mojara. Nos quedamos mirándonos unos segundos con los ojos vidriosos y nos besamos dulcemente. Fue el beso más tierno que me han dado en la vida… Era puro, sincero, efusivo y triste porque iba a ser nuestro primer y último beso.

Y nos quedamos dos horas besándonos como si se fuera a acabar el mundo. Y nos miramos. Y comenzamos a llorar. Y nos volvimos a besar. Y lloramos y nos besamos a la vez. Nos queríamos y no queríamos separarnos nunca. Ambos estábamos nerviosos. Yo sentía un cosquilleo en el estómago que jamás antes había sentido. Y tenía un pesar que tampoco antes había conocido… Y me tenía que ir. Y no quería.

Y me fui. Jamás olvidaré su nombre ni sus besos, pensé.

Desperté en casa de mis primas y después de unos segundos de desconcierto comprendí que solo había sido un sueño. El más adorable de mis sueños. Todavía seguía teniendo ese cosquilleo en el estómago y el nudo en la garganta por la fatal despedida.

Y una sonrisa…

El viaje era real pero faltaba una semana para irnos y yo ahora tenía muchas más ganas, si cabía. Me preguntaba, con la inocencia de la edad, si mi sueño se haría realidad cuando llegara allí…

Y llegó la víspera del viaje. Y yo estaba muy nerviosa. No había contado nada a nadie, por aquello de que si cuentas tus deseos, no se cumplen. Je. Esa noche ni siquiera cené.

Estaba preparándome la ropa para el baile y la de después mientras fantaseaba con el momento en que me lo encontrara en aquella oscura calle. Obviamente elegí mi mejor camiseta y cogí mi mejor perfume y mi perfilador de ojos. Todo debía ser perfecto para el hombre de mi sueño…

Estaba ya terminando la maleta cuando me pareció escuchar el teléfono, supuse que sería para ultimar los detalles y la hora del viaje. No me lo podía creer, ¡iba a suceder! Y solo quedaba un día…

Entonces vino mi madre, se sentó a mi lado en la cama y me dijo que cogiera una muda y ropa oscura, que esa noche dormía con mis primas de nuevo. Desorientada y aturdida comprendí lo que sucedía, contuve las lágrimas y preparé mis cosas sin hacer preguntas.

El día siguiente fue todo lo contrario a lo que había tenido en mente esa semana… Escala de grises en el cielo a las once de la mañana. Silencio macabro en mi cabeza. Y llanto a mi alrededor. Y el Requiem de Mozart. La iglesia estaba llena y todo el mundo lloraba. Incluso mi abuelo, que iba en silla de ruedas y tenía una bala alojada en la cabeza tras haber luchado junto al bando republicano en la guerra civil, lloraba. Podría aventurarme y afirmar que era la primera vez que lloraba en su vida. Y no fue la última… Mi padre, mi madre, mi hermano y toda mi familia desolada. Y yo seguía aturdida.

Era el entierro del hermano pequeño de mi padre, cuyo nombre coincidía con el del chico de mi sueño. El día más infausto de mi vida.

Fue el primer y más fuerte golpe que la vida me ha asestado. Nos ha asestado.

Desde entonces nada volvió a ser lo mismo. Mi inocencia desapareció de un plumazo y nada tenía sentido. Ya no había sueños bonitos ni sonrisas. Ya no había ilusión ni justicia.

Y pasaba el tiempo, pero el vacío que dejó mi tío era muy grande. Mi abuelo murió al poco tiempo y mi abuela ya no ha vuelto a sonreír. Y a mis padres les costó mucho volver a hacerlo. Mientras, mi vida se iba torciendo y los siguientes años no fueron mejores. Ya se sabe aquello de que las desgracias no vienen solas…

Y pasaron más años. Y yo quería volver a soñar. Y no soñaba.

Pero su nombre ha seguido latente en mi memoria, por ambos motivos. Y ahora más que nunca.
Hace un año aproximadamente conocí a alguien llamado como mi tío y como el hombre que hasta hoy solo había vivido en mi sueño.

La sensación que tengo cuando estoy con él es la misma que tuve aquella primera vez, en mi sueño. Me pongo nerviosa, tengo ese cosquilleo en el estómago y sueño con él a menudo. Hacía tantos años que no sentía algo así, que me abruma y me asusta volver a sentirme vulnerable. Pero ha sido una bocanada de aire fresco en este mundo gris.

Tiene los labios carnosos, unos profundos ojos marrones tras una mirada de esas que pasan sin llamar, el pelo rebelde y ondulado y unas manos enormes. Es dulce, sensible y tremendamente viril a partes iguales. No puedo dejar de pensar en él...

Tenemos una pasión en común y compartirla con él es sublime, soberbio, genial. Y es demasiado inteligente como para no darse cuenta de que cada uno de los momentos que pasamos juntos, para mí son como el beso de mi sueño; puros, sinceros, efusivos y en ocasiones tristes y tiernos a partes iguales. Son una vorágine interminable de sentimientos encontrados.

Y me encanta. Porque por fin mi sueño se ha cumplido. El hombre que vivía en mi sueño existe. Y no necesito ni quiero nada más. Sólo espero agradecerle de algún modo lo que ha hecho por mí; recuperar las ganas de vivir es más de lo que podría haber esperado y él ha conseguido que se hiciera realidad. Y esa es la única realidad que necesito, porque a fin de cuentas, como dijo Calderón de la Barca, “Los sueños, sueños son”.


"¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción;
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son."

Pedro Calderón de la Barca. 
La vida es sueño. 1632-1635

Vanessa Supertramp
23/10/2013



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